¿Es justo que nos pidan elegir nuestra carrera a una edad tan temprana? Decidir qué queremos hacer con el resto de nuestra vida a los 16, 17 o incluso 18 años puede ser una tarea difícil. Sin embargo, el sistema educativo y la sociedad nos exigen que tomemos esta decisión crucial cuando apenas estamos descubriendo quiénes somos. Pero, ¿es justo que se nos pida algo tan importante en una etapa de nuestra vida en la que aún estamos madurando?
La adolescencia es una época de exploración, cambios y descubrimientos. Es cuando enfrentamos preguntas básicas sobre nosotros mismos, nuestros valores y nuestras aspiraciones. Sin embargo, el proceso de decidir qué carrera estudiar suele estar lleno de presiones externas: expectativas familiares, estándares sociales y la constante preocupación por el futuro laboral. A menudo, estas influencias terminan pesando más que nuestros intereses personales.
Una de las razones por las que esta decisión resulta tan injusta es la falta de preparación que muchos adolescentes enfrentan. En la escuela, el enfoque se centra en memorizar contenido académico, pero rara vez se fomenta una reflexión profunda sobre nuestras habilidades, pasiones o metas.
Elegir una carrera no es solo una cuestión de escoger una profesión; es decidir el camino que guiará una parte importante de nuestra vida. Es lógico que muchas personas, una vez inmersas en sus estudios o incluso en el mercado laboral, se den cuenta de que no hicieron la mejor elección. Este hecho explica por qué tantas personas cambian de carrera o se sienten insatisfechas en sus trabajos.
A los 16 o 17 años, aún estamos en pleno desarrollo emocional y mental. Tomar decisiones importantes en esta etapa puede ser tmprano porque no todos hemos tenido las mismas oportunidades de explorar nuestras habilidades o intereses. Muchos de nosotros ni siquiera hemos tenido la posibilidad de trabajar, hacer prácticas o involucrarnos en actividades que nos ayuden a entender cómo es realmente el mundo profesional.
En lugar de forzar decisiones tempranas, deberíamos animar un sistema educativo que valore la exploración y la flexibilidad. Los estudiantes deberían tener la oportunidad de probar diferentes áreas, participar en proyectos prácticos y recibir orientaciones personalizadas. Además, sería útil normalizar la idea de que cambiar de carrera no es un fracaso, sino parte del proceso de autodescubrimiento.
Después de todo, ¿cómo podemos saber qué queremos ser, si aún estamos descubriendo quiénes somos?